Desde muy
pequeña la figura de mi padre se resumía en mi cumpleaños número 7, cuando al
final de la que sería mi única celebración de cumpleaños, él me miró con ojos
llorosos, me susurró “Te amo”, un beso en la frente y luego me agarró entre sus
brazos y me alzó para alcanzar el techo. Fue un momento épico. Y así mismo fue
cuando lo vi dirigirse a la salida de mi casa con un rostro decepcionado.
Recuerdo preguntarle “¿Por qué te vas?, quiero que te quedes un poco más conmigo...”
Nunca recibí la respuesta. El contraste es claro ¿no? Una gran muestra de amor
y una gran muestra de abandono y esa delgada línea entre las dos.
La historia con mi padre siempre fue resumida, jamás llego a ser un libro, ni siquiera llego a ser un ensayo. Las pocas palabras que cruzamos eran cuando él dejaba su teléfono, la computadora o en aquella época su bíper. Casi siempre eran en su oficina o cuando me iba a dejar a mi casa en su lujoso carro. Todo era completamente superficial y las cosas profundas que llegué a conocer de él fue observándolo o escuchando hablar a mi mamá.
Tuve miedo
de crecer, pues en cuanto más crecía, mi visión se aclaraba más y empecé a
descubrir cosas vergonzosas y a la vez asombrosas. Y me di cuenta que yo no
conocía a mi padre. Me sentía abandonada por todo aquello bizarro que veía.
Pero
¿saben? Una vez a un niño de 12 años lo olvidaron sus padres también, fue un
niño que se volvería el Salvador del Mundo.
“Los padres de Jesús subían todos los años
a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, fueron allá
según era la costumbre. Terminada la fiesta, emprendieron el viaje de regreso,
pero el niño Jesús se había quedado en Jerusalén, sin que sus padres se
dieran cuenta. Ellos, pensando que él estaba entre el grupo de viajeros,
hicieron un día de camino mientras lo buscaban entre los parientes y conocidos.
Al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al cabo de
tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros,
escuchándolos y haciéndoles preguntas.”
Lucas 2:41-46
Sí, a Jesús
lo olvidaron sus padres durante casi una semana. ¿Qué sorpresa, no? Al Dios
hecho hombre, el Mesías, el líder por excelencia... Lo olvidaron sus padres.
Era tan solo un niño, cualquiera diría que estaba desprotegido en medio de
gente adulta, gente más experimentada que pudo haberle hecho cualquier cosa,
pudieron haberle vendido o matado y jamás lo hubieran encontrado.
Pero saben
¿Cuál fue la respuesta de Jesús?
“¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que
estar en la casa de mi Padre?”
Lucas 2:49
Wooooow!!!
Jesús sabía que sus padres lo habían dejado, se quedó casi una semana por su
propia cuenta, pero él sabía quién era su verdadero Padre. Él tenía Paz y
Seguridad porque sabía quién era su Padre y cuál era su Casa.
Con eso no
te digo que te escapes de tu casa y te vayas a vivir a la Iglesia o que
desobedezcas a tus padres, pues en este mismo pasaje dice que después de que
sus padres le reprendieron, él vivió obedeciendo a sus padres.
“Así que Jesús bajó con sus padres a Nazaret y vivió
sujeto a ellos. Pero su madre conservaba todas estas cosas en el corazón.
Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del
favor de Dios y de toda la gente.”
Lucas 2:51-52
El problema
es que hemos sido criados para vivir sufriendo, para vivir culpando a otros,
para repetir este círculo vicioso que nos deja nuevamente sin padres
responsables. Hace 2 años mi padre falleció y hace aproximadamente 3 meses
murió mi abuelo. Ambos complementaron esa figura paternal que “necesitaba” en
uno encontraba facilidades económicas y en otro el calor y el amor que
necesitaba, pero nunca era algo constante.
Ahora que
no tengo a ninguno de los dos he podido comprender el propósito que Dios ha
tenido para con mi vida.
el Señor me recibirá en
sus brazos.”
Salmos 27:10
Y es que
cuando estas con el Padre debes mostrarte tal cual eres, de la manera más
espontánea, de la manera en que te sientas más cómodo/a, de la manera más
honesta, como una conversación que tendrías con tu papá.
Dirígeme por la senda de
rectitud...”
Salmos 27:11
Muchos me
veían de menos porque no había un hombre en casa, pero era que no podían ver al
Padre más grande de todos: Dios.
Él me cuida
desde que tengo memoria y ¿quién diría que alguien como yo, podría formar una
familia? Pues, Dios. Él se glorifica en tus debilidades, sólo necesitas platicárselas
y ponerlas en sus manos.
Ánimo!!!
Hay un Padre a tu lado en estos momentos, queriendo abrazarte!!!
Escrito
por: Gabriela de Escalante
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